Otra pequeña ayuda
Corrían los aires navideños del verano del 2005 y buscaba lo que sería mi primera práctica profesional. Mandé curriculums a varios lados y nadie parecía interesarse en mis aportes. El colapso por no hacer nada durante el verano y postergar la práctica para el año siguiente comenzaba a rondar. Mis contactos de msn poco a poco empezaban a festejar que ya estaban trabajando y por mi cuenta nada pasaba.
Todo duró hasta que cerca de año nuevo recibí dos milagrosos llamados a mi casa que me llenarían de esperanzas. El primero era para concretar un trabajo de investigación en mi propia facultad y la segunda era una labor de intermediario entre una empresa de maquinas correderas chilena con potenciales compradores asiáticos. La última idea no me gustaba por la poca remuneración, el desgastador trabajo y quería jugármela por el proyecto universitario.
Lamentablemente me llamaron de la empresa de corredoras primero y me dijeron que había quedado seleccionado. En ese momento aún no tenía respuesta de mi primera opción y en un microsegundo debía decidir si aceptar algo concreto o esperar el otro resultado incierto. Solo diré que a la semana siguiente estaba en una reunión con ejecutivos de Carozzi en una sala de mi propia universidad.
Esa práctica me llenó completamente por el hecho de que tuve que viajar a Viña por una semana con todos los gastos pagados. Sé que suena alucinante a primera vista, pero yo iba a trabajar (de reponedor en un supermercado) y con el paso de los días pasé de estados de mucha rabia a una casi paz interna. Ese viaje fue como esos cursis “encuentros conmigo mismo” que muchos promocionan.
Durante mi estadía conocí a un joven de mi misma edad que tenía una hija, trabajaba en un supermercado y estudiaba ingeniería en la Federico Santa María. Conversé con una promotora de mi edad que acababa de salir del colegio y no sabía qué hacer con su vida; le comenté sobre la mía y a la vez la engañé cuando se despidió de mí y me dijo que esperaba seguir conversando conmigo el siguiente fin de semana. Escuché todos los sacrificios de un hombre maduro que dejó de estudiar por mandarse “cóndoros” cuando joven. Me enfrenté al típico ejecutivo que cree que está por sobre todos y en realidad no camina ni por sí mismo. Me encontré con una compañera de la universidad en la playa y conversamos sobre algunas cosillas. Y me encontré yo, caminando de noche por la playa descalzo o tendido en la arena (cosas antes impensadas de hacer), pensando en todo lo que giraba a mi alrededor.
No pretendo decir que ese viaje cambió mi vida, que ahora me dedicaré al sacerdocio o que será voluntario en el Hogar de Cristo, pero sí me di cuenta de lo solo y a la vez acompañado que estaba. Pensaba en mis compañeros de práctica y lo duro que también estaba siendo para ellos. Me quedé con la sensación de que por primera vez mi vida estaba evolucionando y me estaba enfrentando a una nueva realidad, que quería evitar, pero que vendría en un par de años cuando comience a trabajar definitivamente y las relaciones con otras personas serán esporádicas y sin mucha profundidad.
Lo anterior en el plano “personal”. En el ámbito laboral, la experiencia fue gratísima y hasta divertida por todos los personajes que estuvieron en ella. Eran sobresalientes los comentarios de un compañero de trabajo, “CC”, quien siempre se oponía a las propuestas. La perra de la Alejandra P. que nos acusaba por llegar tarde. El joteo de Juan Ignacio, un ejecutivo de Carozzi, a nuestra jefa. La intransigencia de nuestro profe “MB” por enfocarnos en el proceso de apantallamiento. La dulzura de la Josefina en los días finales. Los interminables almuerzos que duraban más de una hora cronológica. Y las “aventuras” que inventábamos con Christian sobre una enmascarada que se sacó el antifaz en esta misma experiencia.
Del trabajo de reponedor, solo me queda señalar el repudio hacia una ejecutiva que hace comerciales sobre una compañía de supermercados de la cual no diré su nombre (pero no es la del extranjero Horst P.) y en la cual muestra un excelente ambiente y trato laboral con el personal del supermercado. Puras patrañas publicitarias.
Solo queda esperar con ansias la próxima práctica. Bueno, no con tantas ansias: durará dos meses. =(